…Y sigo tirando virutas.
Aunque en días lluviosos, con los zapatos chorreando, no venía nada mal
tener el piso con una alfombra de virutas -y era divertido también cuando no
llovía-. El compartir piso con artistas tiene ese inconveniente, creo que te he
contado cómo mi madre aceptaba la servidumbre que suponía el ver surgir los
modelos más desvencijados por las mesas y los sillones del salón –tenía una
buena luz norte-. En aquél piso de Capuchinos de Sevilla, a poca distancia de
la Escuela de Bellas Artes de Gonzalo de Bilbao (antigua), mientras yo sembraba
la casa de virutas y personajes, Antonio Gracia la habitaba con múltiples
variantes de Meninas y vaquitas de arcilla esmaltadas con vivos colores, y
Carlos Zambrana y Falele trataban de avanzar en casa el trabajo que se les
amontonaba del curso. Federico II el
hechizado nos contemplaba colgado de la cuerda de la cortina (podía hacerlo
sin dificultad porque era un camaleón que vivía con nosotros).
Ya había llegado el momento cumbre de las piezas mayores del ajedrez: los
alfiles, los caballos, las torres… Había que lucirse en un mayor tamaño –doce o
quince centímetros de altura-, y mi mayor maestría con la navaja.
En el bando español los segundos de a bordo debían ser dos orondos obispos
–con la iglesia se topaba-.
Entre los alemanes, en el gótico, la política de la corte sitúa a
maquiavélicos caballeros malmetiendo cerca de los reyes: el alfil que pone la
oreja a cuchicheos y el que maneja la lengua de forma viperina. Creo que dieron origen a la prensa del
corazón.
Entre los caballos los hay para todos los gustos, el que obliga al
caballero a sujetarse y apoyarse en el escudo.
El que se sienta en el suelo y no lo deja subirse, mientras silba
disimuladamente como si no fuese con él.
Y en el bando románico español dos piezas clave. El que muestra las
carencias de nuestro ejército y el ingenio para superarlas (el caballero se
disfraza de caballo y sostiene un fantoche a modo de caballero).
Y el segundo es un homenaje a Federico II el hechizado, el quinto habitante de la casa que acostumbraba a
cazar moscas tan llorado cuando nos dejó. Aparece como caballero, montando a un
noble caballo español.
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