domingo, 25 de agosto de 2013

...Y sigo tirando virutas.

…Y sigo tirando virutas.
Aunque en días lluviosos, con los zapatos chorreando, no venía nada mal tener el piso con una alfombra de virutas -y era divertido también cuando no llovía-. El compartir piso con artistas tiene ese inconveniente, creo que te he contado cómo mi madre aceptaba la servidumbre que suponía el ver surgir los modelos más desvencijados por las mesas y los sillones del salón –tenía una buena luz norte-. En aquél piso de Capuchinos de Sevilla, a poca distancia de la Escuela de Bellas Artes de Gonzalo de Bilbao (antigua), mientras yo sembraba la casa de virutas y personajes, Antonio Gracia la habitaba con múltiples variantes de Meninas y vaquitas de arcilla esmaltadas con vivos colores, y Carlos Zambrana y Falele trataban de avanzar en casa el trabajo que se les amontonaba del curso. Federico II el hechizado nos contemplaba colgado de la cuerda de la cortina (podía hacerlo sin dificultad porque era un camaleón que vivía con nosotros).
Ya había llegado el momento cumbre de las piezas mayores del ajedrez: los alfiles, los caballos, las torres… Había que lucirse en un mayor tamaño –doce o quince centímetros de altura-, y mi mayor maestría con la navaja.
En el bando español los segundos de a bordo debían ser dos orondos obispos –con la iglesia se topaba-.




Entre los alemanes, en el gótico, la política de la corte sitúa a maquiavélicos caballeros malmetiendo cerca de los reyes: el alfil que pone la oreja a cuchicheos y el que maneja la lengua de forma viperina.  Creo que dieron origen a la prensa del corazón.




Entre los caballos los hay para todos los gustos, el que obliga al caballero a sujetarse y apoyarse en el escudo.


El que se sienta en el suelo y no lo deja subirse, mientras silba disimuladamente como si no fuese con él.
                          



Y en el bando románico español dos piezas clave. El que muestra las carencias de nuestro ejército y el ingenio para superarlas (el caballero se disfraza de caballo y sostiene un fantoche a modo de caballero).



Y el segundo es un homenaje a Federico II el hechizado, el quinto habitante de la casa que acostumbraba a cazar moscas tan llorado cuando nos dejó. Aparece como caballero, montando a un noble caballo español.


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