martes, 20 de agosto de 2013

En el principio fue la magia.

En el principio fue la magia.
Sí. Por supuesto que hubo influencia de mi padre en la elección de mi profesión; aunque no porque él dijera ni “mu”, ya que no hubo necesidad. Desde que eché a andar me recuerdo pegado al tablero de dibujo de mi padre, alucinando con cómo aparecían las formas coloreadas en el papel o el lienzo. Podéis imaginarlo pintando carteles de un metro y medio por un metro (como solían ser en su momento dorado) con un colorido vivo, en tintas planas saturadas, con la mesa llena de cientos de botes a cuál más vistoso, platillos con témpera en su punto de cremosidad, de todos los colores imaginables, y a un enano que no llegaba casi al tablero, asomado al borde, con los ojos deslumbrados por aquella magia.

                                       

Yo quería recrear aquella escena.
Y pronto empecé a hacer mis pinitos consiguiendo vender tiras cómicas en el cole a precios muy razonables –unos céntimos-, y supe que era un chollo poder vivir haciendo lo que a uno le gusta.
Con catorce o quince años mi progenitor confió en mí para que lo descargara de una parte de trabajo que dijo que no podía atender –más bien no le apetecía hacer-. En el terreno del arte era un pluriempleado, llevaba la Escuela de Artes y Oficios, las etiquetas de los envases de La metalgráfica Malagueña y Taillefer, las ilustraciones de la revista de la Renfe... y decidió que yo podía realizar unas ilustraciones de platos preparados que un restaurante le había encargado. Me atreví, y por ahí empecé a ganarme mis primeras pesetas, ilustrando bodegones suculentos. Abriendo el apetito a estresados ejecutivos. No he vuelto a comprobar si aún me salen bien los huevos fritos, tienen un encanto para mí desde entonces…
                        Aquí podéis imaginar algo así

Mi negocio con los platos preparados se acabó cuando se agotó la imaginación del cocinero; fui muy rapidillo y acabé el repertorio. Por algo me llamaban mis compañeros de Bellas Artes “Nardo fa presto”, rememorando el apodo que pusieron a Luca Giordano por lo que le cundía la pintura.
De algunos de esos compañeros me ha quedado huella por sus habilidades artísticas: Félix de Cárdenas, con un cierto toque sarcástico que se traslucía en sus cuadros, el malogrado Rafalito González, de pincelada velazqueña (y no exagero un ápice), el  medio en que vivía impidió que fuera un gran pintor, y en la escultura, sin duda Antonio Gracia, con una facilidad para la expresión que me dejaba pasmado; haciendo una figura de arcilla de tamaño mayor que el natural, se subía en una banqueta, con el alambre le cortaba la cabeza o una mano, la bajaba y le pegaba cuatro pellizcos transformándola por completo, volvía a colocarla en otra pose y la figura había cambiado en cuestión de minutos.
De los primeros años de formación tengo poca información visual, no acostumbraba a fotografiar mis cuadros, pero algo tengo localizado de pintura y escultura.



En la naturaleza moribunda seguía acentuándose el gusto por los trastos viejos, en paisajes la experimentación con el acrílico y la acuarela me llevó a algunos ensayos de realismo extremo, y en la escultura empezaba a soltarme el pelo poco a poco.





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