La familia sigue creciendo…
Extraños individuos siguen saliendo de deformes tacos
de madera, algunos, bastante ingenuos tratan de apabullar con el truco de
simular una envergadura que no tienen (siempre
ha habido machitos que creen que el tamaño importa).
Mientras eso ocurre en el bando español, en el
germánico los forasteros demuestran que no saben dónde tienen la cara.
Y si hablamos de tópicos, ¿qué decir de aquél problema
tan típico en el ejército español de las tallas en el uniforme? Este pobre arrastra
algo que más se parece a una tienda de campaña que a un atuendo.
Por entonces se ve que ya se conocía la bonanza de los
caldos españoles. Un alemán con pinta de turista se lleva un barrilito a casa.
En la idiosincrasia española ya se había impuesto la
siesta. Este peón duerme plácidamente recostado en el borde del escudo.
La flema sajona permite pasar dos pueblos de la
contienda, y abrocharse tranquilamente las sandalias.
Este pretendido peón de los románicos, no es tal, sólo
un puñado de ropa dispuesta con palos, simulando que sigue ahí…
Entre los alemanes se ensaya el típico truco de
enseñar el casco para que los tiros vayan a él –según aprendieron luego en el
oeste-.
Con este acelerón terminamos con los guerreros de a
pié y pasamos a más altas jerarquías.
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